Toda novela verdadera es un ejercicio de imaginación. De imaginación y de
memoria. Resulta curioso: el novelista nos propone imaginar otros mundos
y a la vez no olvidarlos. Quizá por ello las grandes novelas, como los
grandes poemas, al dispararnos la imaginación conjuran al olvido.
Carlos Fuentes estaba seguro que no podíamos imaginar un mundo sin
Don Quijote de La Mancha o sin Hamlet. Tenía razón: si esas ficciones
llenas de humanidad están atadas a nuestros días es porque fueron
imaginadas.
Mejor aún: para Fuentes el mundo moderno empieza cuando Don Quijote
de la Mancha sale de su aldea al mundo y descubre que el mundo no se
parece a su lectura.
Los lectores de mi generación no podemos imaginar un México sin La región más transparente, sin Las buenas conciencias o sin La muerte de Artemio Cruz.
Libros que vistos a la distancia son un mural del México moderno o el
primer levantamiento de una película donde la superposición de planos,
voces, tiempos, imágenes crean atmósferas, personajes que lo mismo se
llaman Artemio Cruz –encarnación actualísima de la corrupción– o cuyo
nombre simplemente es ciudad. En La región más transparente
el protagonista principal no es Ixca Cienfuegos sino alguien o algo más
ambiguo que él: la ciudad, la ciudad moderna que se inventa en su caos;
la ciudad que con sus voces crea verdaderos laberintos, puntos de
encuentro y desencuentro, sonoridad que enloquece a quien la escucha por
todas partes y que se disipa en un instante.
A diferencia de muchos de sus contemporáneos Carlos Fuentes fue un
escritor de tiempo completo. Un escritor profesional en el sentido
moderno. No porque otros como Juan Rulfo no lo fueran sino por su clara
decisión de vivir sólo de la literatura.
Gracias a esa decisión Fuentes desde muy joven pudo vivir de sus libros.
Pero más allá de su trabajo literario Carlos Fuentes también será
recordado por su activa participación en la plaza pública para hacer
política: si condenó a Gustavo Díaz Ordaz por la masacre del 2 de
octubre de 1968, perdonó o justificó a su secretario de Gobernación,
Luis Echeverría, cuando nos puso la falsa disyuntiva de
Echeverría o el fascismo.
Si fue un intelectual enciclopédico a la manera de Victor Hugo que
habló prácticamente de todo, fue a un tiempo centro de simpatías y
diferencias, de cercanías y rechazos pero unas y otras nos hablan de un
escritor interesado en la plaza pública con todos sus riesgos.
Pero más allá de su quehacer público nos dejó espléndidas novelas como Aura o La muerte de Artemio Cruz
para disparar nuestra imaginación, para hacer de la palabra un hecho
duradero. No es improbable que algunas de esas novelas lo sobrevivan por
largo tiempo y estoy seguro que sus ensayos reunidos en Cervantes o la crítica de la lectura o El espejo enterrado
seguirán animando la mesa de la cultura.
Su amigo Mario Vargas Llosa se preguntaba cómo le hacía para estar en
todo a la vez y no ser tragados por la vorágine de la actualidad. Con
disciplina y pasión por la literatura.
Su última conversación será la que imaginó que tuvo con Federico
Nietzsche y que aparecerá en forma de novela y su última fantasía,
escribir una novela sobre el famoso centenario porfiriano que imaginó
transcurriría en 10 años y que no pudo iniciar.
Carlos Fuentes sabía que, terminado, el libro empieza.
Homenaje a Carlos Fuentes, escritor panameño y mexicano de adopción. (escrito por un gran conocido)
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